martes, 24 de junio de 2014

Y entonces...

Estaba bien dispuesto a dormir y entonces me di cuenta de que había dejado mi laptop encendida. Eran como las 10:45 de la noche. Ya sé, seguro pensarás que qué pinche abuelo que me ando durmiendo temprano pero bueno, eso lo platicamos otro día… Te decía, lector, que estaba encendida la laptop. La abrí para apagarla y vi que la última página abierta era mi bandeja de correos enviados y me di cuenta de que había dejado uno sin enviar. Lo terminé y lo envié. Y entonces…

Recordé algunos pendientes del trabajo, correos por enviar, llamadas por hacer, gente a quien joder; lo normal. Repasé mentalmente lo que haré mañana, ordenándolos por prioridades. Esto de las prioridades es una cosa graciosa porque rara vez se respetan. Pobrecitas. Pensé que debería escribir esas prioridades para no faltarles al respeto haciendo la número 4 antes que la 2. Y entonces…

Escribir. Letras. Teclado. Teclas. Tetas. No. No. Escribir. Sí. Twitter. Blog. Así llegué a acá. Y de manera indirecta, también tú, que estás leyendo esto. Hacía ya mucho que no escribía algo para mi blog y pensé que no era tan tarde como para hacerlo. Estoy escribiendo esto y el reloj marca la 1:10 am. En realidad, siendo justos, es bastante temprano. ¡Sí lo es aunque me leas con esa cara! Espera, no escribí mis prioridades para mañana…. Casi las olvidaba. ¿Ahora entiendes? Y entonces…

Recordé qué les quería platicar desde hace algún tiempo. Estoy feliz. Sí, así sin exclamaciones ni mayúsculas ni negritas ni comas ni nada.  Siempre he pensado que la palabra en sí, feliz, ya lo representa y que cualquier otro signo sería redundante. Estoy feliz. Tengo al amor conmigo, hablándome siempre, compartiéndome todo y amándome. Sobre todo eso último. Tengo tiempo para leer y para aprender guitarra viendo tutoriales en Youtube. Faltan algunas cosas en mi vida pero sé que solo es cuestión de tiempo para que el tablero se acomode y la vida, esa maldita, haga su siguiente jugada, y entonces me tocará responder.  Y entonces…

Recordé esa canción. Porque si en algo tiene razón Alex Lora, es que “la  vida es como un juego de ajedrez, solo le tienes que hacer jaque al rey. Pero es difícil, difícil la primera vez”. Hace unos veinte años (coño, ya estamos viejos), mi papá me enseñaba a jugar ajedrez y me dijo que el secreto es pensar diez movimientos adelante de la jugada actual. Y ahí está el secreto de la longevidad: planeación. Seguro estarás pensando en esa frase que dice que Dios se ríe de los planes pero, coño, hay que probar. Y entonces…

Ya me voy a dormir. 

lunes, 23 de diciembre de 2013

Nos vemos en el siguiente capítulo.


El final depende de en dónde dejes de contar la historia.

Hasta el siguiente capítulo.

Y éste capítulo cierra feliz. Gracias a Dios, como diría mi mamá. Gracias al esfuerzo, dedicación, huevos y hasta suerte, como diría yo. Y es que entiendo la vida como escribir un libro y como nunca he escrito uno, podemos deducir que no entiendo bien de qué se trata la vida. Y sí. O no. En fin. En ese libro que escribimos con el paso de los días y acontecimientos, nosotros somos los autores absolutos, y por lo tanto, decidimos el formato que va a tener el libro. A mí me gustan los capítulos, por eso mi vida la escribo así.

Hoy escribo sobre el último capítulo que decidí cerrar hace unos días, le llamo “Fin: por fin”. Y es que para los que prestan atención a las cosas que escribo sabrán que por fin terminé la carrera. Sí, "por fin". Después del seminario y un tormentoso reinicio. Después de muchas alegrías y lágrimas, de crudas y lunes, de inicios accidentados y finales amargos, amigos que no se van y los que sí, adioses con lluvias y mocos en pañuelos, asuntos terminados y contratos firmados. 

Fin.

¿Cómo termina el capítulo?

Con círculos cerrados, esos que quizá se debieron cerrar hace casi ocho años. Pero este final no es definitivo. Pocos finales lo son. Termino la carrera, termino un ciclo de estudiante; empiezan otros, y los que en éste capítulo no se cerraron, se cerrarán luego. Y ahí está la magia, nada se ha terminado, todo comienza.

Mi libro es un constante reinicio.


Nos vemos en el siguiente capítulo.  

jueves, 3 de octubre de 2013

Árbol de guacamole, desgracias y vacaciones.

      Mi papá ha trabajado, de toda la vida (al menos la mía), en Mérida y Cancún. El viejo es ingeniero en electrónica sin título (esa es otra gran historia para contar), y tiene talleres de mantenimiento, servicio y reparación deBasta con la publicidad a mi papá… Ejem, les decía… Ah, sí; mi familia constantemente viaja a Cancún y luego de regreso a Mérida, y pues uno se encariña con las cosas. En Puerto Juárez había un barco grandísimo en la arena. Sí, leíste bien, en la playa. Resulta que el huracán Gilberto se cacheteó a Cancún y sacó muchos barcos del mar. Yo solo pensaba: “madres, si están fuertes esos huracanes”. Ese fue mi primer acercamiento a un huracán. Tenía como seis u ocho años.
Siempre nos pasa lo mismo: llega la temporada de huracanes, todos en la escuela queremos que se suspendan las clases, el huracán se desvía y le rompe la madre o a Cuba o a Miami. Nunca se suspendían las clases. Bah. Todo iba bien hasta que ¡ZAZ! Nos tocó uno que no se desvío. El huracán hijodelachingada se llamaba “Isidoro”, hasta el nombre tenía feo.
Septiembre, 2002.- Las alertas se dividen en diferentes colores, pero como siempre llegamos al naranja, arañando el rojo, y nunca pasa nada, pues la gente no hace nada. Nada. Y así las alertas cambiaron de color, las escuchábamos en el radio, en español y maya, eso sí. Y de repente nos dimos cuenta de que el cabrón de Isidoro ya había llegado y compras de pánico, súpers vacíos, precios sobreinflados, hijos de la chingada en las calles y yo, con mi familia, en mi casa, viendo tele y con comida suficiente para sobrevivir al apocalipsis zombi. Mamá es una mujer prevenida. El huracán iba a dejarse sentir como a las seis o siete de la noche, pero a las tres de la tarde me quedé sin luz. Resulta que había un árbol enorme al final de mi calle y para que las raíces no levanten la banqueta, se las cortaron. Oh, dios: mándame pena y dolor… mándame males ajenos… pero lidiar con pendBueno, continúo. A las tres de la tarde, un vientecillo tiró al pinche árbol sobre el poste de luz y balimos berga para toda la bida. Se empezó a sentir y con fuerza; el aire retumbaba en las paredes y ventanas, el agua se metía por donde no sabíamos que se podía meter y el árbol de aguacate de mi patio (sí, tengo un árbol de guacamole, putos), se meneaba peligrosamente al compás del huracán. Cayó la noche y la tormenta seguía. Cuando al día siguiente había pasado, salimos y vimos que era imposible llegar al taller de papá en coche. Como Indiana Jones lo hubiera querido, nos subimos a nuestras bicicletas y nos fuimos. ¡Qué espectáculo! Todo era un desmadre, como si mi hermanita hubiera sido la que acomodó las cosas. Había cristales, árboles, pedazos de algo y mucho más en la calle y teníamos que evitarlas. Llegamos al taller, todo bien. Regresamos a casa, todo bien. Supimos que en Cancún solo lloviznó y nos lanzamos. Tuve una semana de vacaciones en Cancún, con luz y sin tormenta.
Octubre, 2005.- Ya habíamos superado el trauma que Isidoro había dejado, ya casi ningún yucateco temblaba cuando escuchaban huraDigo, “el sistema meteorológico que no debe ser nombrado”. En eso, a una vieja loca, llamada “Wilma” se le hizo fácil formarse en el Atlántico, y arremeter con todos sus ovarios contra la península, de nuevo. Esta vez los afectados fueron Cancún y Cozumel. Yo en Mérida, el huracán allá. La cosa estuvo en que la loca de Wilma se detuvo en Cozumel a partirles la madre y no seguía avanzado. Cuando por fin había pasado, Cancún quedó en muy malas condiciones. Papá y yo nos subimos al coche y nos lanzamos con agua y comida para nuestra familia. No llegamos. A medio camino, en el pueblito NoRecuerdoSuNombre, la carretera estaba totalmente inundada. Nos dimos la vuelta y regresamos, solo para que mi papá se fuera de nuevo con un señor que tenía una camionetotota que, por lo que entiendo, también era submarino.
Afortunadamente para mi familia, no pasó nada más allá de unos cristales rotos y un poco de agua adentro de la casa. Nadie de mis seres queridos sufrió una desgracia, pero sí hubo muchos más que sí.
Y, finalmente, la gente sigue sin tenerle miedo a los huracanes, al menos los yucatecos. Al menos yo. ¿Huracán? Mñé, mucho ruido y pocas nueces, casi siempre son ese perro que ladra mucho y no muerde. ¿Quieren que entre en pánico cual colegiala? No me digan que está temblando porque MIEDO.
         

lunes, 5 de agosto de 2013

Hostales, huéspedes y vampiros.

     Saben que soy de Mérida, pero mi familia tiene una casa en Cancún porque mis papás acá empezaron a trabajar por su patrimonio. Toda una historia, eh. Algún día se las contaré. El caso es que en frente del depa hay un edificio de cuatro pisos con pequeños cuartos con baños que hace diez años fue rescatado por una señora que lo convirtió en un modesto hostal. Ahí trabajo. Conocemos a la señora de hace años y ella a nosotros y necesitaba un recepcionista con inglés y que sea de confianza y ¡PUM! Aquí estoy. Pasa algo chistoso con sus recepcionistas: un peruano que masca el inlgés y no sabe nada de computación y una señora que ni inglés ni computación. La segunda hace el turno de media noche a ocho de la mañana, horas en las que no habla con nadie ni necesita hacer nada más que doblar sábanas y toallas… En fin.

     Platico mucho, con todos. Le caigo bien a la gente y me he hecho de algunas amistades, colombianos y cubanos, que me han ofrecido alojamiento en sus casas cuando vaya a su país. Porque, eso sí, quiero conocer todos los países del mundo. Una tarde, a eso de las 7:30, llegó una chica con un niño de unos tres años. La chica: guapa. El niño: escandaloso, como todos los niños del mundo mundial. Todo estaba bien hasta que habló. ¡Jesucristo bendito, resucitado y restaurado por doña Cecilia! Pensé que mi imaginación me jugó una broma y le pregunté algo tonto para obligarla a hablar y me di cuenta de que ni imaginación ni broma. La chica tenía los dientes operados, modificados o qué sé yo cómo se diga, pero tenía colmillos de vampiro. Oh, sí. Entonces, fiel observante de los secretos que esconden los detalles de la vida, agudicé la vista y vi en su cuello un tatuaje: dos puntos rojos (muy conveniente como mordida de vampiro) y dos hilos de sangre como saliendo de las heridas. Me dio la espalda y di un paso a la izquierda, para ver el espejo que hay en el lobby y afortunadamente sí vi su reflejo. Fiuf. Hicimos el check inn, le expliqué las cosas que hay que explicar, y subió a su habitación. Después me enteré de que a media noche sale a trabajar y regresa antes de que salga el soNocierto, regresa a las 8 de la mañana. Mi curiosidad no pudo vivir sin saber y le pregunté. Resulta que trabaja en shows de unos antros de la zona hotelera y que están acá en esta temporada para luego ir  a Guadalajara. Me dijo que la gente la discrimina por su aspecto y le dije que no me imaginaba por qué. Se rió y le volví a ver los dientes y yo no me reí. A las cuatro noches se fue.

     ¡Ah! El niño, su hijo, se llama Lestat. Que no mame. 

sábado, 4 de mayo de 2013

Historia incompleta II: fútbol y malas noticias.


Vamos a ubicarnos en 1993 o 1994. En realidad no recuerdo el año, así que siéntanse libres de elegir.
Davidcito tendría entre seis o siete años. Era un polluelo que todavía no había visto Volver al Futuro y no le había dolido nada por culpa del amor. Y sí, injustamente culpo al amor, porque no puedo culpar a quien alguna vez quise o quiero. En fin... ¿en dónde estaAh, sí. Les platico qué era importante para mí en esa época: Los Caballeros del Zodiaco, Mazinger Z, mi familia y crecía un afecto por el soccer. Junto con este afecto por el fut, nació también mi admiración por ese portero de disfraz chistoso, que mi mamá definía como un payaso jugando fútbol, pero que hacía movimientos muy vistosos y era altamente eficiente. Me repitieron el nombre como mil veces, pero lo único que mi cerebro retenía era a la pandilla de Don Gato. Era Jorge Campos. Sí, en ese tiempo no parecía tan pendejo porque no hablaba en cadena nacional, solo portereaba.

Le pedí a mi mamá que me inscribiera a un equipo porque quería ser portero, estaba chavo y se me hizo fácil. En realidad, muy fácil. Me hice portero titular, me lanzaba por la pelota a la menor provocación y usaba gorra, como aprendí de Benji Price.

Malas noticias I: el primer partido y el ego.

Bueno, resulta que también era muy bueno con el balón en los pies y no solo de portero. Pero Davidcito a huevo quería porterear. Llegó el día del primer partido. Comenzó todo bien, hasta que hicieron el primer tiro a la portería de David, quien creyéndose mucho, la quiso parar con el pie y se le fue entre las piernas. Gol. Gol en su portería. Coño. Todos le gritaban que podía meter las manos y él solo se enojó más. Segundo tiempo, un tiro que picó antes, la quiso patear, la rozó y gol. De nuevo. ¡Putamadre! Cambiaron a Davidcito y lo sentaron. Oh, frustración y lágrimas.

Después de ese desafortunado partido empezó a meter sus manitas y no le volvieron a anotar.

Malas noticias II: el roto, el roto y el roto.

Nos adelantamos al 2005-2006. Crack, ligamento cruzado anterior distendido, meniscos inflamados y no sé qué tanto más.
Les describo la rodilla de David: parecía una toronja. Les describo el dolor: a la verga.
La recomendación del médico fue reposo 4 meses. David, ególatra y soberbio como siempre, pensó que ya estaba bien y se le hizo fácil volver a jugar. Se volvió a lastimar. Loop por cuatro veces. No me lean con esa cara. Hasta esa época, el fútbol era una de las cosas que más disfrutaba en la vida.
La última vez, llegó al doctor y me dijo: "Ya no puedes seguir jugando si quieres caminar". Y dejé de jugar.

Malas noticias III: el cambio de vida, el fútbol y "la última y nos vamos".

Terminó la preparatoria e ingresó a estudiar actuaría en la facultad de matemáticas. El joven David decidió salir para entrar a seminario. Decisión que aún se recrimina y cuestiona, sin arrepentirse. Davidcito tiene algo con el arrepentimiento pero se los platicaré en otra ocasión. Volvamos al seminario. Habían pasado casi tres años desde la última lesión y había dejado los dos equipos de fútbol e incluso muchos de sus amigos dejaron de hablar con él por eso. Los otros le dieron la espalda al entrar al seminario. El seminario funciona ordenadamente gracias a la rutina, cosa que David agradeció a Zeus. (?!). Bueno, dentro del horario estaba una hora dedicada al deporte. Todos los días. Hacía tres años que David no hacía nada de deporte, nada. Estaba, evidentemente, fuera de forma. Pasaron diez días antes de la catástrofe.
El pasto estaba húmedo y los ánimos calientes, se había generado mucha tensión en esos días y el deporte es  la forma en la que el seminarista promedio libera su enojos y chingaderas. ¿Cómo? Partiéndole la madre, eso sí, con mucho amor cristiano y fraternal, al prójimo del equipo contrario. Esa noche, tocó el balón dos veces.
1. Un pase largo que recibió de espaldas a la portería, le ganó la espalda al defensa. Con la gracia de un brasileño, hizo una recepción dirigida, quedando de frente a la portería y con la fuerza de un alemán disparó para clavarla en el ángulo. Le hubiera pedido un autógrafo por tan chingón gol.
2. No recuerdo cómo le llegó el balón ni porqué el contrario estaba el suelo, pero picó la pelota por encima de él y lo brincó. Lo brincó. Todo bien hasta acá. Todo bien mientras caía. Todo mal cuando cayó y apoyó la pierna derecha, dejando su peso en ella. ¿Les dije que la cancha estaba mojada? Sintió que se resbaló un centímetro y eso hizo que la rodilla sostenga el peso de su cuerpo de manera incorrecta. Solo sintió que algo se rompió, perdió la fuerza en toda la pierna y cayó. Se revolcó de dolor. Dijo todos los insultos que sabe en español, inglés, alemán, latín y maya. Ese pobre ligamento cruzado anterior, ya maltratado,  no pudo más y se rompió. Estuvo tres meses con muletas y cuatro más con bastón. El frío hace que duela mucho.

Malas noticias IV: Dolor.
Nunca volví a jugar con la misma fuerza ni nada, me limitaba a pasar cuando me llegaba el balón. ¿Me duele? Duele más saber que no puedo seguir corriendo ni patear con fuerza. Duele más saber todos los goles que no metí. Tan parecido al amor.

Fin, por ahora.